
El domingo pasado, en el evangelio, Jesús nos realizaba una pregunta fundamental en nuestra vida de seguidores suyos: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Jesús, con esta pregunta nos pide una adhesión y entrega total a su persona. ¿Hasta qué punto le conocemos? ¿En nuestro caminar, qué lugar le pertenece?
Un camino de seguimiento a Jesucristo es la vida contemplativa. Por ello, en este mes de junio que culmina, hemos querido tener un recuerdo muy especial por quienes en la Iglesia han sido llamados a esta vida. Los monjes, las monjas y la vida eremítica ofrecen a la comunidad cristiana y al mundo entero, tan necesitado de autenticidad y trascendencia, un anuncio silencioso y a la vez elocuente del amor misericordioso de Dios. El ritmo tantas veces acelerado de nuestra vida diaria, llena de ruidos, reclama espacios y tiempos de serenidad y silencio, oración y contemplación.
Siempre, al concluir la Eucaristía, continuamos con un momento breve de adoración al Santísimo Sacramento. En ese momento, nos adentramos en las conocidas palabras de Jesús a Marta del evangelio de Lucas:
[…] «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada». […]
Tras ello, aprovechamos una reflexión del Papa Francisco para meditar sobre la Palabra proclamada y la intención que teníamos ese día: la vida contemplativa:
¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es esa cosa sola que necesitamos? Ante todo es importante comprender que no se trata de la contraposición entre dos actitudes: la escucha de la Palabra del Señor, la contemplación, y el servicio concreto al prójimo. No son dos actitudes contrapuestas, sino, al contrario, son dos aspectos, ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que nunca se han de separar, sino vivir en profunda unidad y armonía. Pero entonces, ¿por qué Marta recibe la reprensión, si bien hecha con dulzura? Porque consideró esencial sólo lo que estaba haciendo, es decir, estaba demasiado absorbida y preocupada por las cosas que había que “hacer”. En un cristiano, las obras de servicio y de caridad nunca están separadas de la fuente principal de cada acción nuestra: es decir, la escucha de la Palabra del Señor, el estar —como María— a los pies de Jesús, con la actitud del discípulo.
Borja Uriarte
Seminarista Diocesano de Bilbao
1º Licenciatura en Teología Fundamental (III Fase)