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He recibido la ordenación diaconal como un punto de partida a la obra
misionera y evangélica a la que me siento llamado por Dios. Ya desde
tiempo atrás he ido madurando mi vocación al servicio de Dios, tras una
primera etapa en Ecuador; la providencia guío mis pasos de modo que he
culminado mi formación en la diócesis de Bilbao, la cual me acogió y en la
que sirvo con mucha gratitud. El tiempo del seminario es un tiempo
especial de encuentro con Jesús vivo, que te invita a compartir su aventura
de amor con toda la alteridad. Cristo vivo te invita a seguir creando reino
ahí donde abunda el estrés y el sinsentido.

Recibir la ordenación es asumir la misión con una mirada renovada por la
fuerza de la gracia, una misión abundante que se abre ante los ojos del
futuro pastor como una fuerza que le impele al servicio y lo invita a la
caridad. Recibir el orden es situarse en la dinámica del don, es dejarse
capacitar por Dios para hacer extensiva la experiencia del Reino en los
límites temporales de la Iglesia.

Con la ordenación, la Iglesia, te reconoce ministro de su Evangelio, para
ofrecer palabra de Dios al mundo sediento de verdad. En dicho momentos,
muchas experiencias y aventuras vividas se cruzan por tu mente, recuerdas
a personas, situaciones, de las que has logrado aprender ayudado por Dios.
La emoción se conjuga con la felicidad y al mismo tiempo un temor te
acecha debido a la impericia inicial y los deseos de lograr un buen
comienzo del andar ministerial, al servicio del pueblo santo de Dios.

Con cada ordenación la Iglesia entera rebosa de alegría y esperanza porque
se agrega uno de estos mis pequeños, al número de aquellos amigos de
Jesús que están llamados a compartir no solo su alegría, sino también
momentos desolados debido al rechazo y la incomprensión de propios y
extraños. Ser ordenado ministro de Dios es dejarse configurar con Cristo,
haciendo extensiva en el hoy de la historia, su papel salvador y
santificador.