El pasado fin de semana, 13, 14 y 15 de octubre, todos los seminaristas junto con los cuatro jóvenes que están en el grupo de discernimiento vocacional, acompañamos a la Hospitalidad Vizcaína de Nuestra Señora de Lourdes a la peregrinación que cada año realiza a este santuario mariano para llevar a enfermos de toda la diócesis. Este año fuimos casi 600 personas, entre hospitaleros, enfermos y peregrinos, acompañados por el Obispo, el consiliario de la Hospitalidad, y varios sacerdotes diocesanos.

La experiencia fue muy enriquecedora espiritualmente ya que en el santuario de Lourdes, el ambiente de oración se vive con intensidad, especialmente en la gruta de las apariciones, pero también en los actos como la Procesión de Antorchas en la que se reza el santo Rosario, en la procesión Eucarística, o en la misa internacional que se celebra de una manera muy solemne.

Pero no solo ayuda a crecer de manera espiritual, sino que también crecemos en la dimensión humana, ya que el contacto con los enfermos y el ejemplo de los hospitaleros, en su mayoría jóvenes, nos ayuda a vivir la caridad pastoral de un modo profundo, en la que el servicio, la entrega y el acompañamiento a quienes sufren, nos impulsa a vivir el seguimiento a Cristo en fidelidad, para que nuestra entrega no solo sea en momentos puntuales sino que sea la seña de toda nuestra vida.

A quienes no han vivido esta experiencia, los invito desde ahora a que el próximo año acompañen a esta peregrinación, que siempre se realiza en octubre, seguro de que no los dejará indiferente.

Mario Diaz Bravo

UP San Fausto (Basauri)

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Quiero contarles una anécdota, hace unos días me encargaron realizar una oración en una residencia de la localidad. Me dispuse a ir con algún pequeño y breve formulario de oración, al llegar, los que me recibieron, preguntaron con cierto interés, sobre mi persona y que iba a realizar ahí, cuando se enteraron que no podrían recibir la Eucaristía, mostraron su deseo de recibirla.

Yo no había llevado la comunión porque había previsto que con una sencilla oración quedaría más que suficiente para satisfacer su ímpetu espiritual, sin embargo, el ver la motivación que iban mostrando hacia recibir las sagradas formas, tuve a bien, trasladarme hasta la Iglesia a ver un copón con las formas consagradas.

Cuando llegué con la comunión, sus rostros cambiaron de aspecto y muchos se contentaron porque podían recibir al Señor, alguno me hizo mucha gracia debido que tomaba una foto mientras comulgaba otra persona, como si el espíritu de una primera comunión hubiera revivido.

Sé que es una pequeña historia, pero me pareció bien contarla, porque nuestros mayores aprecian el valor infinito de la Eucaristía, de recibir al Señor y no hay que negárselo. Me he dado cuenta que con gestos sencillos logramos grandes alegrías.

 

David A Garrido Perero

UP San Ignacio

Capilla Seminario

En el mundo de las diversas teologías y concepciones profundas de la experiencia de fe, nos encontramos con diversas opacidades. La experiencia religiosa a menudo viene cargada de improntas que suscitan en el espíritu un entramado afectivo y efectivo, lleno de luces y sombras, de certezas y dudas.

La experiencia religiosa surge como una oportunidad, donde afloran nuestras diversas sensibilidades; en algunos casos, se convierte en un escenario, donde confluye también nuestra propia limitación. Nuestra experiencia religiosa se concreta en la dimensión social de la fe y en la capacidad sacramental del misterio.

La dimensión social de la fe, constituye una parte inexcusable de la misma, sin evadir por ello la praxis sacramental y vivencial del misterio. Ambas dimensiones de la vida creyente son totalmente necesarias para vivir la experiencia del Resucitado en medio de nosotros.

El gran reto de la Iglesia del tercer milenio es lograr llevar a cabo aquellas famosas palabras del Papa Francisco, mencionadas en la Jornada Mundial de Juventud, “en la Iglesia entramos todos”. El trabajo en comunión y sinodalidad son los pilares fundamentales de una tarea que enriquece tanto a pastores como fieles.

Imponer nuestras propias polaridades teológicas nunca será edificante para la comunidad eclesial, una tarea en la que todos tenemos que afinar la mirada. Jesús de Nazareth logra unir en el seno de la comunidad naciente, diversas sensibilidades, que más que dividir logran enriquecer el núcleo apostólico para lanzarlos a la misión.

David A Garrido Perero.

Diacono UP San Ignacio