En el mundo de las diversas teologías y concepciones profundas de la experiencia de fe, nos encontramos con diversas opacidades. La experiencia religiosa a menudo viene cargada de improntas que suscitan en el espíritu un entramado afectivo y efectivo, lleno de luces y sombras, de certezas y dudas.
La experiencia religiosa surge como una oportunidad, donde afloran nuestras diversas sensibilidades; en algunos casos, se convierte en un escenario, donde confluye también nuestra propia limitación. Nuestra experiencia religiosa se concreta en la dimensión social de la fe y en la capacidad sacramental del misterio.
La dimensión social de la fe, constituye una parte inexcusable de la misma, sin evadir por ello la praxis sacramental y vivencial del misterio. Ambas dimensiones de la vida creyente son totalmente necesarias para vivir la experiencia del Resucitado en medio de nosotros.
El gran reto de la Iglesia del tercer milenio es lograr llevar a cabo aquellas famosas palabras del Papa Francisco, mencionadas en la Jornada Mundial de Juventud, “en la Iglesia entramos todos”. El trabajo en comunión y sinodalidad son los pilares fundamentales de una tarea que enriquece tanto a pastores como fieles.
Imponer nuestras propias polaridades teológicas nunca será edificante para la comunidad eclesial, una tarea en la que todos tenemos que afinar la mirada. Jesús de Nazareth logra unir en el seno de la comunidad naciente, diversas sensibilidades, que más que dividir logran enriquecer el núcleo apostólico para lanzarlos a la misión.
David A Garrido Perero.
Diacono UP San Ignacio