He recibido la ordenación diaconal como un punto de partida a la obra
misionera y evangélica a la que me siento llamado por Dios. Ya desde
tiempo atrás he ido madurando mi vocación al servicio de Dios, tras una
primera etapa en Ecuador; la providencia guío mis pasos de modo que he
culminado mi formación en la diócesis de Bilbao, la cual me acogió y en la
que sirvo con mucha gratitud. El tiempo del seminario es un tiempo
especial de encuentro con Jesús vivo, que te invita a compartir su aventura
de amor con toda la alteridad. Cristo vivo te invita a seguir creando reino
ahí donde abunda el estrés y el sinsentido.

Recibir la ordenación es asumir la misión con una mirada renovada por la
fuerza de la gracia, una misión abundante que se abre ante los ojos del
futuro pastor como una fuerza que le impele al servicio y lo invita a la
caridad. Recibir el orden es situarse en la dinámica del don, es dejarse
capacitar por Dios para hacer extensiva la experiencia del Reino en los
límites temporales de la Iglesia.

Con la ordenación, la Iglesia, te reconoce ministro de su Evangelio, para
ofrecer palabra de Dios al mundo sediento de verdad. En dicho momentos,
muchas experiencias y aventuras vividas se cruzan por tu mente, recuerdas
a personas, situaciones, de las que has logrado aprender ayudado por Dios.
La emoción se conjuga con la felicidad y al mismo tiempo un temor te
acecha debido a la impericia inicial y los deseos de lograr un buen
comienzo del andar ministerial, al servicio del pueblo santo de Dios.

Con cada ordenación la Iglesia entera rebosa de alegría y esperanza porque
se agrega uno de estos mis pequeños, al número de aquellos amigos de
Jesús que están llamados a compartir no solo su alegría, sino también
momentos desolados debido al rechazo y la incomprensión de propios y
extraños. Ser ordenado ministro de Dios es dejarse configurar con Cristo,
haciendo extensiva en el hoy de la historia, su papel salvador y
santificador.

Hoy en día en las librerías están muy de moda los libros de autoayuda, mientras que los de religión y los de espiritualidad están relegados a una pequeña sección. Estamos entrando en una época de fundirnos con el entorno en un todo y dejar fluir. Estamos en la época de Mindfulness, el Yoga, control de la respiración, técnicas de visualización, y un largo etc. Estas técnicas, sin embargo, tienen un peligro, y es que empiezan y acaban en nosotros mismos. Cuando rezamos hay una alteridad con el Otro (con letras mayúsculas) que es Dios. Es Dios cara a cara con nosotros. Por eso hacernos conscientes de que hay un Otro, que vela por nosotros a la vez que quiere que seamos libres es muy importante.

Ese encuentro es con Dios es como la relación con una persona, hay que cultivarla diariamente. Al acabar el día, San Ignacio de Loyola, que vivió a caballo entre los siglos XV y XVI nos proponía como releer nuestra jornada ante Dios.

Para ello nos propuso cinco pasos.

  1. Entrada: Me pongo ante Dios, con todo lo que yo soy, con mi estado de ánimo, mis proyectos, mis limitaciones, mis virtudes.
  2. Gracia: Pido a Dios que me ilumine acerca de lo que he vivido en este día, hago un repaso del día.
  3. Acción de gracias: Pongo en su presencia los beneficios que hoy he recibido de Dios, las personas con las que he estado, aquellas que quiero llevar a su presencia porque están en dificultades, o agradecer que a tal o tal persona le haya ido bien en algo.
  4. Perdón: Considero aquí aquellas en las que he fallado, en las que tengo que mejorar, y le pido perdón.
  5. Oración de ofrenda: Todo lo que he rezado anteriormente lo pongo en sus manos, le pido que me proteja durante la noche y que como rezamos en la oración de completas del martes “Concédenos un descanso tranquilo; que mañana nos levantemos en tu nombre y podamos contemplar, con salud y gozo el clarear del nuevo día”

El martes en el himno del rezo de completas rezamos “Velero inquieto marinero, ya mi timón preparo – tu el mar y el cielo claro – hacia el alba que espero”. Como marineros que somos hacia el alba que esperamos podemos hacer al final de la oración un cuaderno de bitácora y apuntar en él una palabra, un breve pensamiento que selle ese día de alguna manera.

Hace mucho tiempo que tenía ganas de leer El Principito, esa obra tan famosa de Antoine de Saint-Exupery. Era un libro que había intentado leer en varias ocasiones, pero cuya lectura había abandonado. El libro tiene frases impresionantes que pueden ayudar a conectar con lo trascendente, algo hoy en día muy poco en boga. La frase que me cautivo para comenzar la lectura fue: “Cuando el misterio es demasiado impresionante no es posible desobedecer”. En mi opinión son muchas veces en las que Dios se nos manifiesta y nosotros hacemos la vista gorda, como si no hubiéramos visto nada, porque el encuentro con Cristo es un encuentro que compromete. El Papa Francisco decía hace poco: – Tengo miedo de que el Señor pase y yo no lo reconozca. Si cada día pasamos nuestra vida por el filtro de lo sobrenatural y llevamos a la oración nuestras vivencias, aunque sean sencillas, veremos su paso por nuestras vidas.

Conectar con lo verdaderamente trascendente nos cambia la vida. Es verdad que entre Dios y nosotros hay una distancia tal que nuestras capacidades cognitivas encuentran limitaciones para comprender ese amor de Dios por nosotros. Como en su amor infinito ha querido encarnarse entre nosotros y vivir y sufrir como uno de nosotros. Lo que celebramos en la próxima Navidad.

El Principito también dice en otra parte: «Somos responsables de lo que domesticamos». Somos responsables llevados a la fe de cultivar nuestra relación con Dios, de cultivar un interior que nos haga mucho mas receptivos a ver a Dios en el otro, en el prójimo, también con quien convivo diariamente. Todos tenemos una parte clara y otra parte de nuestra vida mas oscurecida por el pecado, hay que alimentar la parte luminosa. Hay que alimentar la estela de santidad que todos los que nos han ido precediendo en la fe, a lo largo de la historia de la Iglesia nos han idos dejando. Es un botín de guerra, de guerra contra el mal, que todo buen cristiano de cualquier época de la Iglesia ha ido haciendo más grande.

En otro momento del libro hay otra frase memorable: «Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde comenzaré a ser feliz desde las tres«. Es lo que vivimos en estos días. Sabemos que Jesús va a nacer y eso nos alegra el corazón, porque sabemos que la llama de la esperanza continua viva. Somos felices desde el Adviento porque es el mismo Señor quien viene, y para ello tenemos que preparar nuestro interior. Que podamos estar contentos desde las tres, desde el Adviento, porque a las cuatro, en Navidad, viene el Señor. Que sea una alegría desde Dios, una alegría que no se pasa que es serena, humilde, y que los demás la perciben. Que no sea la alegría efímera de lo que pasa y que se apaga al igual que el siete de enero se apagan las luces. Que nuestro deseo esta Navidad sea que cuando Jesús pase por nuestro lado le reconozcamos y se quede junto a nosotros.